Lidia Rosa, una matancera que actualmente vive en Uruguay, cuenta que un día entró a la Iglesia Metodista porque le gustó la música y se sintió tan bien allí que siguió asistiendo con frecuencia.
Sin embargo, cuando supieron de su orientación sexual la comenzaron a alejar, y hasta le quitaron la pandereta. Ella le pedía a Dios ser «normal», pero cada día se convencía más de que nunca se sentiría atraída por un hombre.







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