Abriendo Brechas

de Colores

Cómo llegamos aquí

La semilla de lo que es hoy ABC germinó como el grupo Somos en 2012, en el seno de una “iglesia abierta”, que reunía a personas LGBTIQ+ de diferentes religiones con necesidades de apoyo mutuo y para el estudio de la diversidad sexual en la Biblia. “Somos” identificó que las organizaciones seculares tenían una labor insuficiente en la defensa de los derechos LGBTIQ+ y el acompañamiento de estas personas en la consecución de una vida plena y más humana. La ausencia de estos propósitos se extendía a casi la totalidad del ámbito religioso, cuyo discurso presentaba una notable desarticulación con el discurso social del tema LGBTIQ+.

A la vez, el grupo se comprometió con la urgencia de sensibilizar a la Iglesia y la sociedad en este tópico, de poner en diálogo los diferentes discursos sobre el tema, articular los esfuerzos de las diferentes organizaciones, denunciar la violencia y contribuir al respeto y garantía de los derechos humanos de las personas LGBTIQ+.

En este marco surgió Abriendo Brechas de Colores en 2014, como un proyecto que puso en marcha las acciones que el grupo “Somos” comprendía como imprescindibles y se comenzó a trabajar en varias cuestiones fundamentales: apoyando al grupo “Somos” y otros grupos locales y personas LGBTIQ+; organizando una Jornada Socio-teológica en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas (SET); apoyando la participación del grupo en las Jornadas Cubanas Contra la Homofobia y la Transfobia, que organizaba el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), y fomentando la articulación con otros centros y redes que trabajaban este tema.

Somos se convirtió en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana en Cuba en 2015, por lo que ambos espacios trabajamos en estrecha relación y comunión de preocupaciones, experiencias y visión.

Para nosotres, es importante que las personas LGBTIQA+ analicemos críticamente los espacios en que vivimos, sobre todo aquellos que se presentan como seguros; y también los discursos y prácticas de las personas aliadas, que a menudo nos representan y nos traducen, a pesar de que precisamente luchamos por encontrar nuestra propia voz.

Con el inicio de la Reforma Constitucional en 2018, presenciamos con alarma y temor el alcance y el daño que las iglesias abiertamente anti-derechos pueden ocasionar en nuestras vidas, cuando los fundamentalismos de muchas de ellas se tradujeron en acciones y campañas concretas contra las propuestas de proscribir, en la nueva Carta Magna, la discriminación por orientación sexual e identidad de género, y de modificar la definición del matrimonio como la unión entre dos personas, sin distinción de sexo o género.

En la nueva Constitución se dispuso la actualización del Código de la Familia en un plazo de dos años, pero este proceso fue sistemáticamente pospuesto a partir de un manejo ambiguo de la información en los medios de comunicación estatales.

Al igual que en Latinoamérica, el discurso contra lo que llaman “ideología de género” tomó fuerza en Cuba. No solo se opusieron al Código de las Familias, que culminó en 2022 con el reconocimiento de las configuraciones familiares LGBTIQA+. En 2021 el Ministerio de Educación publicó la Resolución 16/2021 que resuelve aprobar el “Programa de Educación Integral en Sexualidad con enfoque de género y derechos sexuales y reproductivos en el sistema nacional de educación”, y a los pocos días fue retirada por el MINED y pospuesta de forma indefinida, presumiblemente a causa de las presiones de las iglesias fundamentalistas, que recogieron más de 40 mil firmas y amenazaron con retirar a sus hijos de las escuelas de forma masiva.

Paralelamente a las cruzadas contra los derechos LGBTIQ+ y la educación integral de la sexualidad en las escuelas, los fundamentalismos cristianos dirigen crecientes esfuerzos al no reconocimiento de su identidad a las personas trans, y a la abolición del acceso al aborto. Estas campañas han ido emergiendo en sus iglesias y creciendo en las redes sociales, canales de YouTube y el paquete semanal; y se han extendido a la población no cristiana que pueden alcanzar en sus comunidades.

La conciencia de que nuestras espiritualidad y fe beben de disímiles cosmovisiones, religiones y prácticas, y de que a menudo aplicamos acríticamente las nociones tradicionalmente aceptadas de que deben vivirse desintegradas, nos llegó paulatinamente. Recibió un impulso en tanto presenciamos con preocupación y rechazo el auge de la intolerancia interreligiosa fomentada por muchas de estas iglesias, que dedica esfuerzos a desacreditar e insultar a religiones y practicantes diferentes de la suya, a invalidar a personas con experiencias plurales en la fe, sobre todo las religiones de origen africano.

Nuestras experiencias y este panorama nos impulsan a ser una comunidad transformadora de la sociedad en el sentido de la justicia social, en armonía con el medio ambiente, con un trabajo sistemático fundado en el convencimiento de que la diversidad sexo-género es un don divino y su expresión libre de violencias un derecho humano fundamental.

Desde 2014 estamos abriendo brechas de colores que atraviesan el rígido muro de la cis-hetero-norma y el fundamentalismo cristiano a través de acciones de visibilización, denuncia, educación y articulación que responden al contexto, y que dan paso a la convivencia y el diálogo, a los derechos humanos y la felicidad.

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